Estaba tan ciega que no veía que la salida estaba en la puerta.
Solo tenía que girar la manilla, bajar las escaleras y perderme un ratito caminando.
Las calles, así, mojadas, era como más bonitas estaban. Las luces de navidad se reflejaban en los charcos, y con ellas, la luna. Blanca, redonda y brillante jugó conmigo al escondite entre las nubes. Sin quererlo me iba guiando en las sombras. Pasito a pasito me fue acercando a un sonido que me resultaba familiar. Cada vez sonaba más alto, y, de pronto, como por arte de magia, apareció una banda viento metal interpretando Pennsylvania 6-500…
Miré al cielo y sonreí.
Esta vez la luna se había escondido detrás de un tejado.
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